Condena

¿Qué se puede hacer en prisión con treinta años de condena por delante? En tantos años, en tantas horas que se desgranan minuto a minuto, segundo a segundo, ocupas la mente en escapar a campos abiertos, bañados de verde, rojo y amarillo, a océanos infinitos donde refrescar los pensamientos, mientras los ojos te devuelven al frío de los barrotes y la oscuridad de la celda. A los cinco años ya conoces a gente, mucha gente, todos inocentes, según ellos, pero capaces de matarte por un paquete de cigarrillos. Ocupas cada segundo de tu eternidad en no contar los días que te quedan por cumplir, y te vuelcas en tareas pesadas o muy meticulosas para que el tiempo pase más rápido. Pero treinta años son muchos años, y cuando llevas la mitad de tu condena comiendo basura y durmiendo en un camastro duro y frío, te pasan por la mente mil formas de acabar con tu vida. En veinticinco años he probado a colgarme, cortarme las venas, ahogarme en el cubo de fregar, envenenarme… y sigo vivo, con cinco años de soledad por delante encerrado en esta jaula. Cinco años en los que ya no culparé a nadie por mi condena, en los que ya ni siquiera tendré remordimientos por lo que hice. Cinco años de transición entre lo que he hecho hasta hoy y lo que pienso hacer cuando sea libre.